Jugaban con las palabras. Saltaban de loseta en loseta, del 27 al XIX, de Lorca a Darío, de Valle-Inclán a Reverte.
Buscaban metáforas y antítesis; eran bocas calladas que sólo hablaban boca a boca.
Descubrieron el origen del universo en el centro de su cama, envueltos en sábanas y penumbras, iluminados por los lunares de su espalda; eran miradas transparentes empapadas en parafina, fósforo encendido, cuerpos ardiendo.
Aquella noche no contaron las sílabas de las palabras, ni midieron la rima de los versos.
Encajaron espontáneamente.