sábado, 8 de diciembre de 2007

Extendió el mapa sobre la mesa y miró sus ojos.
Aquí está el mundo. ¿Por dónde empezamos?





jueves, 6 de diciembre de 2007



"¿Y el ratoncito Pérez?"

El ratoncito Pérez me robó a mi todos los chupetes, y luego me iba quitando los dientes y me dejaba monedas y libros... "¿Pero existe?" Claro, es el animal que más dientes tiene. "¿Y qué hace con tantos dientes?" MmMm... pues se está construyendo un castillo precioso... "Claro, Y invita a las luciérganas" MmMmM... si, claro. Y a las hadas y a los demás bichos que brillan... "Pero..."
Rayuelas de colores...

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Porque a veces no está de más ser idealista.

Porque hay que empezar a cambiar de raíz muchas cosas y dejar que otras evolucionen a su ritmo.

Porque sí que merece la pena arriesgarse y ser ambiciosos, y a veces, hasta un poco egoístas.

Porque no me de la gana hoy reconocer que no se puede cambiar el mundo, que no se puede hacer algo. Porque con estas cosas siempre pasa lo mismo, y hay que empezar creyendo que se puede para que puedan ser.

Porque hoy todo es claro y distinto, una idea innata: se puede.

Claro que se puede...

domingo, 25 de noviembre de 2007

Parece un castillo de juguete encajado entre la montaña y el cielo.



...Ciudad de los torreones
y de las puestas de sol
cuando entre bellas canciones
engalanada te pones
de púrpura y arrebol.
Granada como sultana.
Federico García Lorca.

lunes, 19 de noviembre de 2007


¿Te acuerdas de cuando soplabas la purpurina de la cuenca de tus manos?

domingo, 18 de noviembre de 2007

No es muy grande. Tampoco está a la orilla del mar, ni es de arena. Pero es de colores y sabe a melocotón. Está en mitad del jardín. La fachada es preciosa, ¿sabes?, yo creo que te gustará, pero mMmMm... no tiene llave. Aunque tampoco hace falta. YA que tiene muchas VEntanas por donde colarse (y sin pestillo). Así que siempre hay alguien dentro, y suele armarse mucho jaleo. Jaleo de purpurina. No tiene dirección que poner en el destinatario de los sobres, y cuando vengas hazlo mejor andando, porque los taxis se pierden, y aún no hay tren.
Aparece sin avisar. Inventamos una chimenea y nos sentamos allí a contar historias. Cogemos el jaleo y lo esparcimos por el techo como si fuesen las estrellas y nos quedamos mirando el cielo.
Bueno, ya te pasas por aqui. Y traete a alguien, si quieres. No es muy grande, pero es suficiente.
Y rompe el reloj en la puerta. Por si acaso nos quedamos sin tiempo.

sábado, 17 de noviembre de 2007


¿Por qué se mueren tan rápido las luciérnagas?
Es muy sencillo. Hace mucho tiempo todas las estrellas estaban muy muy lejos de la tierra, lejísimos, apenas se podían ver en las noches despejadas. Los niños se aburrían mucho por las noches y no tenían nada que mirar en el cielo, porque las nubes no brillaban apenas. Una noche había muchos juntos, sentados en la orilla del mar, y no tenían nada que hacer, así que se les ocurrió saltar. Saltaron tan fuerte y tantos a la vez que una estrella se descolgó y se quedó muy cerca de la tierra, ¿ves? es la luna. Todos empezaron a reirse y decidieron que todas las noches, saltarían con todas sus fuerzas para descolgar las estrellas del cielo. Pero cada noche iban menos niños, por eso hay estrellas que parecen que están más cerca y otras más lejos, según la fuerza con la que dieran el salto. Los niños dejaban de saltar porque se hacían mayores, y a los mayores ya no les preocupaba no tener nada que hacer por las noches. Al final, cuando el firmamento estaba muy cerca, sólo quedaban tres niños y cuatro niñas, aunque en realidad habían crecido y ya no eran niños, que seguían reuniéndose por la noche. La útlima noche que saltaron se dieron cuenta de que no podían seguir descolgando estrellas, porque sería peligroso que se amontonasen demasiadas y estallasen todas. Entonces se sentaron en círculo, y se cogieron de las manos, tristes. Todos los demás que habían dejado de saltar se habían convertido en personas mayores que no hacían nada por las noches, y les asustaba la idea de pasar noches eternas sin ningún entretenimiento. Tan raros se sentían, y tanto frío les había dado por dejar de saltar, que empezaron a temblar. Temblaban y temblaban, y entonces una de las chicas miró al cielo y vio que caían lucecitas del firmamento. Eran muy pequeñas, pero no se quedaban paradas, pasaron hasta la altura de la luna. Siguieron bajando y bajando, y el joven moreno (ya no eran niños) se levantó y corriendo extendió la mano, y dejó que se posara una lucecita. Era una luz preciosa, con alitas, que se movía de un lado a otro. Todos los jovenes que estaban reunidos se levantaron y fueron a cazar las lucecitas. En la mano de una chica pelirroja se posó una luz con cuerpo de mujer, y en la de un chico rubio una luz que sonaba como a risas cuando se agitaba. Había un montón de luces distinas. Pasaron la noche jugando con ellas, intercambiándoselas, y viendo cómo continuaban cayendo más y más. Casi al amanecer habían dejado de caer, y todos se despidieron, y guardaron sus luces preferidas en sus bolsillos. Las demás las dejaron libres y se fueron revoloteando por el cielo. Pero una de las jóvenes se resistía a perderse las noches, y se acercó a la orilla y cogió enfadada una de las luces y la arrojó contra el mar. Uno de sus amigos, que la vio, se acercó a ella y la agarró por la cintura. ¿Qué haces? Ella estaba asustada, porque no quería dejar de disfrutar de sus noches de saltos. Se miraron sin decir nada, y el chico se agachó y cogió otra de las luces del suelo, y se la dio. Tienes que tener cuidado. Se apagan muy facilmente. ¿No ves que bajaron cuando estábamos temblando? Son demasiado frágiles. Entonces ella se enfadó aún más, pensando que además las luces preciosas iban a desaparecer para siempre en poco tiempo, porque eran demasiado frágiles para un mundo tan cambiante. Estaban discutiendo cuando escucharon algo en el cielo. Lentamente caían dos luces mas grandes que las de esa noche, y seguían cayendo, y se colaron en sus bocas abiertas de sorpresa. Sintieron un calor reconfortante en sus pechos, y se les encendieron las mejillas. No entendían que había pasado, pero se cogieron de la mano, asustados. Se quedaron un rato en silencio, con un montón de luces dando vueltas a su alrededor. Volvieron a casa de la mano, asustados. Se olvidaron de llenar sus bolsillos de lucecitas, y las dejaron todas en la playa. Noche tras noche, los amigos volvieron a reunirse, y contaban las luces, cuántas se habían apagado, y cuántas caían del cielo. Pero día a día, los amigos encontraban trabajos que hacer, y ocupaciones a las que dedicarse, y cada vez estaban más cansados, y se perdían las noches para dormir. Menos los dos que vieron caer a las estrellas. Ellos todas las noches volvían a la orilla del mar, por mucho sueño que tuviesen, y se hablaban siempre, a veces hasta dormidos, y sólo decían tonterías, pero esperaban a que cayese otra luz, y a que quizás hablase y les contase por qué sentían algo caliente entre sus pulmones. Y una noche, que estaban casi dormidos, vieron que caía una luz muy grande del cielo, parecida a la que se había colado dentro de ellos. Se quedó flotando encima del mar, y se iba como desmenuzando en luces más pequeñas. Las más pequeñas eran luciérnagas, un poquito más grandes los cascabeles de luz, un poquito más grandes las hadas, y al final, dos luces preciosas que se separaron y se acercaron hasta los dos chicos. Se colaron dentro de sus bocas otra vez, y volvieron a cogerse de la mano, asustados. Pero esta vez notaron algo diferente al rozar su piel. Entonces se dieron cuenta. Se quedaron dormidos, abrazados, mientras las luciérnagas, los cascabeles de luz y las hadas echaban a volar lejos.
Y es por eso que las luciérnagas se mueren tan pronto. Porque sólo son partes pequeñas de las estrellas, que están colgadas del cielo, pero que se descuelgan cuando los niños saltan. Y caen, y caen, y pierden trocitos por la bajada. Y cuando llegan son pequeñas, y tienen que meterse en el cuerpo de los niños que les han hecho bajar para que no sientan frío y no se apaguen. Las luciérnagas siguen brillando unas noches más, hasta que se apagan para siempre. Pero no es una historia triste, porque las estrellas no se apagan nunca. Se acurrucan bien en los huecos de las costillas y disfrutan amando a la estrella con la que cayeron del cielo con cinco sentidos.

domingo, 11 de noviembre de 2007


Aleteando, aleteando...

La mariposa estira sus alas y deja que el aire las seque. Agita los músculos de su espalda para ver cómo se mueven. Salta de la mano a la flor ¡Glops! (Qué rapidez) Se emborracha con el aroma naranja y rojo, y revolotea alrededor de los pétalos.


Con cuidado para no romperse ningún nervio, echa a volar desbocada (¿desbocada con cuidado?).



Se pierde aleteando... aleteando, aleteando. Se deshace en el aire sabor otoño que inhunda el parque.


Es presente y futuro.



viernes, 9 de noviembre de 2007

Los palillos martillean las extremidades de las figurillas de madera. Tienen los músculos entumecidos y se mueven torpemente, a trompicones. Todas las noches salen a escena y se aman, tal y como está dispuesto en el guión. Se miran de lejos y se intercambian palabras que el público no alcanza a oir.




Cuando llega el momento para la némesis de entrar en acción, sus pechos de pino se oprimen, y se desesperan de impotencia. Desean romper las cuerdas y quemar el escenario y huir, pero inevitablemente acaban recostados en el diván, desangrándose.

Pero las marionetas son muy listas, y ya tienen todo pensado para cortar los hilos en la próxima actuación, matar al malo de la obra y escaparse del teatro.

E inevitablemente, van a conseguirlo.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Se expande el universo entre las arrugas de las sábanas....

sábado, 3 de noviembre de 2007


Tic tac tic tac tic tac.
El pie derecho tic. El pie izquierdo tac.
Caminan las dos juntas con prisa. Los tacones de una ellas pisan firmes, los de la otra se tambalean un poco más.
Van decididas, como si llegasen tarde a algún sitio.
Tac tic tac tic tac.
Se paran al final del paseo y se dan la vuelta. Tic tac tic tac.
Qué rápido andan.
Se meten por las calles del centro, que están vacías a esas horas. No hablan mucho. Hablan sus pies. Tic tac tic tac.
Hablan con golpes de tacón.
No es que lleguen tarde. No van a ninguna parte.
Andan por andar, por escuchar sus tacones rompiendo el suelo a la vez.
Rompen las calles los cuatro pies entaconados.

miércoles, 31 de octubre de 2007


Rompieron el reloj de sol y se volvieron piedra.
Cuerpos de mármol que se abrazan muertos de frío.

lunes, 29 de octubre de 2007

Jugaban con las palabras. Saltaban de loseta en loseta, del 27 al XIX, de Lorca a Darío, de Valle-Inclán a Reverte.
Buscaban metáforas y antítesis; eran bocas calladas que sólo hablaban boca a boca.
Descubrieron el origen del universo en el centro de su cama, envueltos en sábanas y penumbras, iluminados por los lunares de su espalda; eran miradas transparentes empapadas en parafina, fósforo encendido, cuerpos ardiendo.
Aquella noche no contaron las sílabas de las palabras, ni midieron la rima de los versos.
Encajaron espontáneamente.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Lombrices y castañas


Los dos hermanos están en el patio de la casa. Remueven la tierra buscando lombrices, y dañando las raíces del rosal, para disgusto de la abuela. Su tío abuelo a veces asoma la cabeza por la ventana y les grita que se estén quietos, pero los críos no le hacen caso. Están concentrados, buscando lombrices. Cuando el niño encuentra una, la coge con la mano abierta, para que no se espachurre, y la pone en el filo del enorme macetero de cerámica donde está plantado el rosal. Si es la hermana la que da con una, se escucha como un berrido de asco, entonces el niño se acerca a su lado y la coge para ponerla junto a las demás lombrices. Al rato se aburren de mirar los gusanos, y el hermano mayor manda a la niña pequeña a buscar una caja de cerillas. Ella se escurre a gatas en la cocina, donde la madre y la abuela friegan los platos, y con disimulo coge un paquete de la despensa. Se arrastra de vuelta al patio, manchándose la ropa de tierra, y su hermano le quita el paquete de cerillas. Se sientan el uno en frente del otro, a pequeña distancia, y el niño va colocando en fila varios fósforos, y luego los entrecruza con otros más, hasta que forma una pequeña pira. Los ojos de la pequeña se abren más, pendiente del momento en el que su hermano roza la cabeza de un fósforo con la lija y comienza a arder el palito. La deja caer en el montón de cerillas que hay entre los dos. La pequeña frunce el ceño y se separa unos centímetros de la pira en miniatura ardiendo. Entonces él la llama "cría chica" y "miedica" y ella vueve corriendo torpemente a la cocina, y se abraza a las piernas de la abuela, enfadada con su hermano. La abuela la coge en brazos, y la sienta en la mesa de la cocina mientras raja las castañas para ponerlas al fuego. Se vuelve a escuchar la voz del tío abuelo, que intenta dormir y no puede por el ruido de la pelota que viene del patio. Entra cabizbajo el niño, y se encierra en la despensa. Empieza a gritarle a su hermana que no puede salir, que no tiene la llave. Pero ella está pendiente de las castañas en el fuego. La abuela va al patio en busca de la escoba y se encuentra con el rosal deshojado y una fila de lombrices en el borde del macetero. Frunce el ceño, como hizo antes su nieta, y vuelve a la cocina. "Qué ganas de que crezcan".








lunes, 22 de octubre de 2007




Otra noche más deja la ventana abierta y las cortinas recogidas. Se recosta en el alfeicer, y se pierde en el trozo de cielo que encuadra su ventana. Sólo tiemblan cuatro o cinco estrellas, y dentro de su cabeza alguien tatarea (o tararea) una canción. No se puede saber en qué piensa, envuelta en una noche de Noviembre, pero seguramente sea lo mismo que cuando mira por su ventana en una noche de Abril, o de Mayo, o de Enero. Será que las noches siempre tienen un tinte grave, donde los recuerdos parecen retorcerse y gemir (lo mismo de dolor). Será que por las noches aún le parece que se inclina sobre su cama una sombra, la sombra de un chabal, que le roza con la palma de su mano la mejilla, y que se inclina un poco más, y le da un tímido beso de sombras, que es como el reflejo de una boca que nunca aprendió a besar.











sábado, 20 de octubre de 2007


La piedra estaba cansada de ser piedra.
Por eso dicen que se prendió fuego y se volvió estrella...