domingo, 25 de noviembre de 2007

Parece un castillo de juguete encajado entre la montaña y el cielo.



...Ciudad de los torreones
y de las puestas de sol
cuando entre bellas canciones
engalanada te pones
de púrpura y arrebol.
Granada como sultana.
Federico García Lorca.

lunes, 19 de noviembre de 2007


¿Te acuerdas de cuando soplabas la purpurina de la cuenca de tus manos?

domingo, 18 de noviembre de 2007

No es muy grande. Tampoco está a la orilla del mar, ni es de arena. Pero es de colores y sabe a melocotón. Está en mitad del jardín. La fachada es preciosa, ¿sabes?, yo creo que te gustará, pero mMmMm... no tiene llave. Aunque tampoco hace falta. YA que tiene muchas VEntanas por donde colarse (y sin pestillo). Así que siempre hay alguien dentro, y suele armarse mucho jaleo. Jaleo de purpurina. No tiene dirección que poner en el destinatario de los sobres, y cuando vengas hazlo mejor andando, porque los taxis se pierden, y aún no hay tren.
Aparece sin avisar. Inventamos una chimenea y nos sentamos allí a contar historias. Cogemos el jaleo y lo esparcimos por el techo como si fuesen las estrellas y nos quedamos mirando el cielo.
Bueno, ya te pasas por aqui. Y traete a alguien, si quieres. No es muy grande, pero es suficiente.
Y rompe el reloj en la puerta. Por si acaso nos quedamos sin tiempo.

sábado, 17 de noviembre de 2007


¿Por qué se mueren tan rápido las luciérnagas?
Es muy sencillo. Hace mucho tiempo todas las estrellas estaban muy muy lejos de la tierra, lejísimos, apenas se podían ver en las noches despejadas. Los niños se aburrían mucho por las noches y no tenían nada que mirar en el cielo, porque las nubes no brillaban apenas. Una noche había muchos juntos, sentados en la orilla del mar, y no tenían nada que hacer, así que se les ocurrió saltar. Saltaron tan fuerte y tantos a la vez que una estrella se descolgó y se quedó muy cerca de la tierra, ¿ves? es la luna. Todos empezaron a reirse y decidieron que todas las noches, saltarían con todas sus fuerzas para descolgar las estrellas del cielo. Pero cada noche iban menos niños, por eso hay estrellas que parecen que están más cerca y otras más lejos, según la fuerza con la que dieran el salto. Los niños dejaban de saltar porque se hacían mayores, y a los mayores ya no les preocupaba no tener nada que hacer por las noches. Al final, cuando el firmamento estaba muy cerca, sólo quedaban tres niños y cuatro niñas, aunque en realidad habían crecido y ya no eran niños, que seguían reuniéndose por la noche. La útlima noche que saltaron se dieron cuenta de que no podían seguir descolgando estrellas, porque sería peligroso que se amontonasen demasiadas y estallasen todas. Entonces se sentaron en círculo, y se cogieron de las manos, tristes. Todos los demás que habían dejado de saltar se habían convertido en personas mayores que no hacían nada por las noches, y les asustaba la idea de pasar noches eternas sin ningún entretenimiento. Tan raros se sentían, y tanto frío les había dado por dejar de saltar, que empezaron a temblar. Temblaban y temblaban, y entonces una de las chicas miró al cielo y vio que caían lucecitas del firmamento. Eran muy pequeñas, pero no se quedaban paradas, pasaron hasta la altura de la luna. Siguieron bajando y bajando, y el joven moreno (ya no eran niños) se levantó y corriendo extendió la mano, y dejó que se posara una lucecita. Era una luz preciosa, con alitas, que se movía de un lado a otro. Todos los jovenes que estaban reunidos se levantaron y fueron a cazar las lucecitas. En la mano de una chica pelirroja se posó una luz con cuerpo de mujer, y en la de un chico rubio una luz que sonaba como a risas cuando se agitaba. Había un montón de luces distinas. Pasaron la noche jugando con ellas, intercambiándoselas, y viendo cómo continuaban cayendo más y más. Casi al amanecer habían dejado de caer, y todos se despidieron, y guardaron sus luces preferidas en sus bolsillos. Las demás las dejaron libres y se fueron revoloteando por el cielo. Pero una de las jóvenes se resistía a perderse las noches, y se acercó a la orilla y cogió enfadada una de las luces y la arrojó contra el mar. Uno de sus amigos, que la vio, se acercó a ella y la agarró por la cintura. ¿Qué haces? Ella estaba asustada, porque no quería dejar de disfrutar de sus noches de saltos. Se miraron sin decir nada, y el chico se agachó y cogió otra de las luces del suelo, y se la dio. Tienes que tener cuidado. Se apagan muy facilmente. ¿No ves que bajaron cuando estábamos temblando? Son demasiado frágiles. Entonces ella se enfadó aún más, pensando que además las luces preciosas iban a desaparecer para siempre en poco tiempo, porque eran demasiado frágiles para un mundo tan cambiante. Estaban discutiendo cuando escucharon algo en el cielo. Lentamente caían dos luces mas grandes que las de esa noche, y seguían cayendo, y se colaron en sus bocas abiertas de sorpresa. Sintieron un calor reconfortante en sus pechos, y se les encendieron las mejillas. No entendían que había pasado, pero se cogieron de la mano, asustados. Se quedaron un rato en silencio, con un montón de luces dando vueltas a su alrededor. Volvieron a casa de la mano, asustados. Se olvidaron de llenar sus bolsillos de lucecitas, y las dejaron todas en la playa. Noche tras noche, los amigos volvieron a reunirse, y contaban las luces, cuántas se habían apagado, y cuántas caían del cielo. Pero día a día, los amigos encontraban trabajos que hacer, y ocupaciones a las que dedicarse, y cada vez estaban más cansados, y se perdían las noches para dormir. Menos los dos que vieron caer a las estrellas. Ellos todas las noches volvían a la orilla del mar, por mucho sueño que tuviesen, y se hablaban siempre, a veces hasta dormidos, y sólo decían tonterías, pero esperaban a que cayese otra luz, y a que quizás hablase y les contase por qué sentían algo caliente entre sus pulmones. Y una noche, que estaban casi dormidos, vieron que caía una luz muy grande del cielo, parecida a la que se había colado dentro de ellos. Se quedó flotando encima del mar, y se iba como desmenuzando en luces más pequeñas. Las más pequeñas eran luciérnagas, un poquito más grandes los cascabeles de luz, un poquito más grandes las hadas, y al final, dos luces preciosas que se separaron y se acercaron hasta los dos chicos. Se colaron dentro de sus bocas otra vez, y volvieron a cogerse de la mano, asustados. Pero esta vez notaron algo diferente al rozar su piel. Entonces se dieron cuenta. Se quedaron dormidos, abrazados, mientras las luciérnagas, los cascabeles de luz y las hadas echaban a volar lejos.
Y es por eso que las luciérnagas se mueren tan pronto. Porque sólo son partes pequeñas de las estrellas, que están colgadas del cielo, pero que se descuelgan cuando los niños saltan. Y caen, y caen, y pierden trocitos por la bajada. Y cuando llegan son pequeñas, y tienen que meterse en el cuerpo de los niños que les han hecho bajar para que no sientan frío y no se apaguen. Las luciérnagas siguen brillando unas noches más, hasta que se apagan para siempre. Pero no es una historia triste, porque las estrellas no se apagan nunca. Se acurrucan bien en los huecos de las costillas y disfrutan amando a la estrella con la que cayeron del cielo con cinco sentidos.

domingo, 11 de noviembre de 2007


Aleteando, aleteando...

La mariposa estira sus alas y deja que el aire las seque. Agita los músculos de su espalda para ver cómo se mueven. Salta de la mano a la flor ¡Glops! (Qué rapidez) Se emborracha con el aroma naranja y rojo, y revolotea alrededor de los pétalos.


Con cuidado para no romperse ningún nervio, echa a volar desbocada (¿desbocada con cuidado?).



Se pierde aleteando... aleteando, aleteando. Se deshace en el aire sabor otoño que inhunda el parque.


Es presente y futuro.



viernes, 9 de noviembre de 2007

Los palillos martillean las extremidades de las figurillas de madera. Tienen los músculos entumecidos y se mueven torpemente, a trompicones. Todas las noches salen a escena y se aman, tal y como está dispuesto en el guión. Se miran de lejos y se intercambian palabras que el público no alcanza a oir.




Cuando llega el momento para la némesis de entrar en acción, sus pechos de pino se oprimen, y se desesperan de impotencia. Desean romper las cuerdas y quemar el escenario y huir, pero inevitablemente acaban recostados en el diván, desangrándose.

Pero las marionetas son muy listas, y ya tienen todo pensado para cortar los hilos en la próxima actuación, matar al malo de la obra y escaparse del teatro.

E inevitablemente, van a conseguirlo.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Se expande el universo entre las arrugas de las sábanas....

sábado, 3 de noviembre de 2007


Tic tac tic tac tic tac.
El pie derecho tic. El pie izquierdo tac.
Caminan las dos juntas con prisa. Los tacones de una ellas pisan firmes, los de la otra se tambalean un poco más.
Van decididas, como si llegasen tarde a algún sitio.
Tac tic tac tic tac.
Se paran al final del paseo y se dan la vuelta. Tic tac tic tac.
Qué rápido andan.
Se meten por las calles del centro, que están vacías a esas horas. No hablan mucho. Hablan sus pies. Tic tac tic tac.
Hablan con golpes de tacón.
No es que lleguen tarde. No van a ninguna parte.
Andan por andar, por escuchar sus tacones rompiendo el suelo a la vez.
Rompen las calles los cuatro pies entaconados.